Surrealista Calle de la amargura
Tras ver retratada la realidad en La calle de la amargura, de Arturo Ripstein, es fácil darse cuenta el porqué el cine de luchadores era considerado surrealista, aunque más que tratarse sólo de ellos puesto que parece que México y América Latina tienen ese elemento presente en su día a día.
Y es que en esta película el director se basó en un hecho ocurrido el julio de 2009, donde se halló a dos luchadores profesionales enanos sin vida en un hotel después de haber ingresado con un par de sexoservidoras. Las mujeres asesinaron a ambos después de drogarlos para adueñarse de sus pertenencias.
Todo lo anterior sucedió en el centro de la Ciudad de México, así que sólo se trataba de que Ripstein apoyado con el guión Paz Alicia Garciadiego crearán las imágenes para los personajes sórdidos y un ambiente escabroso. Aunque la película presenta la muerte de La Parkita y Espectrito Jr., los dos luchadores enanos asesinados, se centra en las dos victimarias, interpretadas por Patricia Reyes Spíndola y Nora Velázquez.
Una ciudad en la que el ruido parece absorber toda tranquilidad, pero que tiene adquiere una belleza particular creada por el director al ser filmada en blanco y negro, una escala de grises, con lo que parece mostrar que no existen el bien y el mal, se trata sólo de personas que viven de acuerdo a las circunstancias que les tocaron.
Pero el hecho de ser México las prostitutas y demás personajes parecen siempre ser arrastrados por las crisis económicas que ya son algo común y que sólo se menciona al margen como si preocuparse por un algo así sobrara.
Este contexto se desarrolla la historia de Dora (Nora Velázquez) y Adela (Patricia Reyes Spíndola), un par de prostitutas ya bastantes entradas en años, que sufren la llegada de la madurez al encontrarse en una sociedad que premia la juventud y excluye a los viejos, algo que afecta diversos oficios.
Por un lado, Dora intenta llevar una vida «normal» en el que la recompensa después de una jornada laboral sea el ver un poco de televisión y conversaciones insulsas, pero en vez de eso recibe una hija que está destinada a replicar el oficio, una pareja homosexual con quien se queda para intentar alejar los demonios de la soledad.
En tanto, Adela acepta con humor ácido que sus mejores años pasaron y las prostitutas viejas están destinadas a tejer chambritas o mendigar, así que opta por sonsacar la lástima de las personas por unos pesos, para lo que se ayuda con una anciana, quien se transforma en la receptora de un amor deformado.
Estas mujeres viven su vida con cierta dignidad, pero al ser parte de una vecindad son abordadas y enjuiciadas por los «santurrones» que se ofenden por sus circunstancias, ese tipo de personas que por montones podemos encontrar en Facebook lanzando juicios y amenazando con llamar a Derechos Humanos pero nunca hay una acción real, como público se podría caer fácilmente en esta actitud pero Ripstein toma el arte para ver parte de esa realidad sin dignificarla ni sentenciarla.
Las víctimas, los luchadores enanos tienen el destino entrelazado y sentenciado, somos partícipes de sus vidas y cómo es que también son excluidos por su alteración genética, unos gemelos que utilizan las máscaras para no ser tan afectados por el trato de las personas «normales».
Por la cercanía de estatura que tienen hacia los niños su madre no les permite tener una vida en solitario con sus parejas, una madre que de manera constante les recuerda su condición de «enanos» como si ni ella fuese capaz de ir más allá y verlos como personas.
Aunque no se trata de una comedia en toda la película hay un humor que brilla y ayuda a sobrellevar tantas penurias y situaciones, un mecanismo de defensa ante la crisis que se vive, ante situaciones que parecen absurdas y desesperantes.
Es curioso como el lenguaje es utilizado para recordarnos que se trata de una ficción cuando se torna demasiado pomposo y poético, que incluso extraña a algunos personajes, ya que parece que no hay cabida para ciertas palabras.