No hay vuelta atrás (Parte 3)
Por Paola Tinoco
Nada. Una semana más de sufrimiento que no podía soportar. Bebía, fumaba, me sentía desangrada por dentro. En principio aceptaba visitas de mis amigas, luego no quería ver a nadie ni contestar el teléfono, el tono lastimero que usaban para decirme que todo estaría bien era insoportable. Me preocupaba no haber seguido bien las instrucciones de la santera para invocar a Pomba Gira ¿había hecho algo mal? Revisé las instrucciones y constaté que estaba todo tal y como se me había indicado. Temía enojar a la bruja mayor si lo había hecho sin suficiente fervor. Fumaba mi cigarro de las siete de la mañana cuando escuché un rumor en mi oído. Una voz tenue que decía “no tengas miedo”. Era un susurro tan bajito, tan lento, que pensaba que eran mis propios pensamientos. No me asusté, nada me daba más miedo que mi desasosiego, ya casi deseaba que apareciera un fantasma o alguna imagen extraña que me sacudiera, que me arrastrara fuera de ese hoyo negro.
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Hice la segunda velación el domingo siguiente. Mientras rezaba lloraba a mares, pedía, suplicaba, terminaba el trabajo de rodillas ante el inodoro, hipando. El lunes siguiente, con mi cara pegajosa entre los mocos y las lágrimas, me levanté trabajosamente de la cama. Iba a preparar café cuando el teléfono sonó. Tenía miedo de que fuera alguien de mi familia, no quería que se dieran cuenta de lo mal que estaba, no había hablado con ellos en un mes. Lo dejé sonar pero me decidí a contestar, recomponiendo mi garganta para sonar más o menos normal. No era nadie de mi familia ni de mis amigas. Era Fedro. Estaba llorando y decía que no podía más con su dolor, que me extrañaba. Su voz casi me sonaba irreconocible pero era él. Sin duda era él. No le hice preguntas esta vez, no reclamé ni me mostré ansiosa aunque estaba emocionada por escucharlo y lo esperaba con los brazos abiertos. Quedamos en vernos ese mismo día para hablar en una cafetería cercana a mi casa pero incumplió con el horario: llegó media hora antes, directo a mi hogar. Al abrir la puerta, se lanzó a mis brazos como si necesitara que lo sostuviera, lloraba, reía, y me pedía perdón por haberse alejado. De pronto mi negrura se fue disipando, el dolor de pecho se borró tan solo con verlo, estaba ahí, y estaba justo como yo quería, enamorado, necesitado, seguro de querer quedarse a mi lado. Gracias, Pomba Gira, pensé.
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Fedro quiso venir a vivir conmigo inmediatamente. Yo estaba encantada con su cambio de actitud. Guardé todos los vestigios de la velación antes de que él llegara a casa y secretamente, puse a Pomba Gira algunas cosas que había leído, le gustaban: rosas rojas abiertas, sin espinas, puros, ginebra. A solas hacía oraciones de agradecimiento en su nombre. No me mintió la santera, Pomba Gira me devolvió lo que yo más quería y la frase “no hay vuelta atrás” me parecía una hermosa promesa. No dudé en pasar la oración y las instrucciones a las amigas que estaban en problemas amorosos, si a mí me funcionó, a otras las ayudaría. Les recordaba, como la santera me recordó, que de eso no se regresaba.
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Rentamos un departamento más grande para los dos. Pensábamos en tener hijos, en hacer grandes fiestas para nuestros amigos, en ir decorando cada rincón a nuestro gusto. Fueron años muy felices, nos hicimos tan unidos que uno adivinaba el pensamiento del otro en ocasiones. A veces los celos de Fedro me molestaban, al principio los deseaba como muestra de su cariño, pero luego ya no fue tan idílico el reclamo. No me quejaba aunque lo sufriera a ratos. Yo lo elegí, yo lo traje de vuelta. Ahora tocaba aceptarlo.
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De pronto el apego comenzó a menguar en mí. El tiempo hace de las suyas en todo, en la piel, en el ánimo, incluso en los sentimientos más profundos. Comencé a sentir asfixia en aquella relación que no había bajado su intensidad en más de seis años. Ahora entendía por qué él se sintió agobiado por mí en un principio. Los papeles se invirtieron. Sabía que lo quería pero sabía también que no podría seguir adelante con tantos reclamos de atención. Me ofrecieron un trabajo fuera de la ciudad y no se lo conté. Estuve algunas semanas dándole vueltas al tema hasta que tomé una decisión: lo acepté. No tuve valor de decirle nada. Discretamente fui empacando mis pertenencias y sacándolas poco a poco de la casa, le decía que quería renovar mi guardarropa y regalaría lo viejo que tenía. No sé si me creyó, no opinaba al respecto, pero comenzó a ponerse ansioso y a reclamar mi atención más de lo normal, que ya era bastante. Una mañana, lo dejé dormido en nuestra cama. Eché una última mirada a su cuerpo entre las sábanas, al rayo de luz que se imprimía sobre la cama. No hay vuelta atrás, vino a mi mente, la frase de la santera. No hay vuelta atrás, pensé yo, y lo dejé.
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Pasaron dos meses sin saber el uno del otro. Dos meses en mi flamante oficina cuando empecé a sentirme extraña. No es que no pensara en Fedro o en que había estado mal haberlo dejado así, pero sabía perfectamente que informarle mi decisión habría significado una batalla. No quería seguir con él, eso lo tenía claro, pero repentinamente comencé a sentir muchas ganas de verlo. Fueron varios años juntos, tampoco lo iba a olvidar de un día para otro. Salí de ahí y fui directo a mi nuevo departamento donde nadie me esperaba. Me serví una copa de vino y encendí un cigarrillo. Apenas había dado un par de sorbos a mi copa, ni uno más, cuando de pronto escuché una voz suave que susurraba “regresa”. Miré para todos lados, las ventanas estaban cerradas, la radio apagada, no había indicios de que hubiera alguien más ahí. Le eché la culpa al estrés y a esa repentina nostalgia que sentía por Fedro aunque también me repetía que no iba a regresar.
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La mañana siguiente fue una pesadilla. Desperté con un dolor en el pecho y un hormigueo en los brazos. Angustia. Conocía bien esa horrible sensación. Sentí que me faltaba el aire, así que corrí a la ventana y aspiré profundamente. Fedro, pensé. Lo necesito. Lo extraño.
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Dos días tardé en desbaratar el contrato y recoger mis cosas del nuevo departamento. Regresé a mi antiguo hogar, temerosa de no encontrar a Fedro pero me abrió la puerta. Sabía que le debía explicaciones pero tan sólo con verlo me lancé a sus brazos llorando, pidiendo perdón. Lo llené de besos y él no me rechazó, no me hizo preguntas. Estaba emocionado con mi regreso Me condujo a nuestra habitación, intacta. Hicimos el amor como las primeras veces, con prisa y con pasión desbordada.
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Fui al baño. Descubrí que Fedro no había echado a la basura mis cremas ni otras cosas que dejé antes de irme. Lavé mi cara, mis dientes, iba de regreso a la cama pero se me cayó una pulsera. La recogí del suelo, manchado con algunas gotas de cera roja.
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*Principalmente soy escritora de cuentos y promotora literaria. Me inicié en la difusión de libros a través de la distribuidora de editoriales españolas Colofón SA de CV con quienes trabajo desde hace ya doce años. A través de esta empresa fui nombrada por Jorge Herralde la representante de su editorial, Anagrama. Trabajo también para las editoriales Siruela, Acantilado y Axial. A veces, cuando me dan chance, edito libros y hago antologías de cuento, una de las cosas que más disfruto.