Violenta familiaridad de «Réquiem por Teresa»

¿Qué nos hermana a los latinoamericanos? Una pregunta que recibirá múltiples respuestas, que dependerán de la visión particular y la situación personal en ese momento, así que en este momento me quedo con la réplica de que es la violencia, algo que extraigo tras la lectura de Réquiem por Teresa, de Dante Liano (Fondo de Cultura Económica, 2019).

En esta obra el autor nos presenta una Guatemala  en la que los estratos sociales, el tinte político y la cultura machista normalizada enmarcan una historia trágica bastante familiar. Si en algún momento, el lector olvida que se trata de un país en específico notará que se trata de una historia que podría suceder en México… o cualquier otro país de Centroamérica y Sudamérica.

Como el título lo indica, se trata de un Réquiem una especie de misa para Teresa, que se acompaña de música de Elvis Presley, pero de un imitador guatemalteco. Éste podría verse como un guiño a la presencia «invisible» de Estados Unidos en diferentes gobiernos, así que tenemos este ser que provoca repulsa.

En un bar con la música de ese ídolo, el narrador, en compañía de su hermano, rememoran y comentan la vida de Teresa, también hermana de estos, hasta que cometió suicidio tras llevar una vida marital al lado de un hombre militar al que conocemos como «El Pirata».

Así Dante nos lleva entre el presente y el pasado; el alcohol es el medio que ayuda a los protagonistas a invocar el fantasma de Teresa, una presencia que trae culpabilidad a los personajes, pues sienten que no fueron capaces de notar las señales que llevaron a su hermana a buscar la muerte, a evitar una vida junto con su esposo El Pirata.

Las primeras cervezas invocan una memoria idílica, donde la infancia y buenos momentos son lo que logran recordar los hermanos. Conforme avanza el estado de ebriedad, el recuerdo se vuelve más crudo, aquí descubrimos otro de los rasgos comunes entre latinoamericanos, la pobreza en la que crecieron los personajes. 

Otro rasgo de la región es el machismo, que viene representado en distintas versiones. La más obvia es el de El Pirata, el clásico militar, que sólo sabe comunicarse mediante gritos y que es feliz al lado de una mujer a la que socava, que no presenta ningún reto a su hombría. Más discreta la de los hermanos, que es parte de su culpabilidad, pues al ser los hombres de la casa aún sienten la necesidad de salvar a Teresa, de lastimarse por no ser suficientemente hombres para hacerle frente al esposo.

Pese a la violencia machista, sorprende la permanencia de la figura femenina, ya que la figura materna es la que tiene la fuerza, pero no logra ejercerla de manera activa, pues debe cumplir con lo establecido por la sociedad. En algún momento, el narrador comenta cómo es que el odio viene hacia el padre, por ser un hombre «tibio».

El odio a todo lo ajeno también está presente, ya que la familia de Teresa tenía cierto repudio entre sus vecinos. Por un parte, estaba el miedo a la madre por ser adepta al presidente Juan José Arévalo que fue tildado de comunista y como nos han hecho creer eso es algo horrible. También está el odio a los intelectuales y personas con «buenas maneras».

Tras cada vaso de «chevechita» descubrimos más del narrador y de la historia de Teresa, pero es el primero quien muestra diferentes caras de la culpabilidad. Otra que nos ofrece es la del «exiliado», de aquel que busca mejorar su situación y abandona el país, pues se conjunta con la capacidad de evitar el suicidio.

Así como tenemos estas caras de a culpa, también están representadas las facetas de la violencia. Tenemos al Elvis gordo, moreno y chaparro, un ser que podría causar repulsa y de manera constante provoca al público; está el miedo constante con el que se vive a ser asaltado y golpeado, se trata del atisbo de la violencia; las autoridades hacen lo propio, aunque está representado en los milicos.

Toda la reconstrucción del contexto guatemalteco nos ayuda para entender, y más que eso, de entender la vida de Teresa, sus mejores años hasta su desfallecimiento. Su transformación de una bella mujer estudiada, incluso al grado de maestría, se ve reducida ante los ojos del narrador.

ALgo que no debemos olvidar que todo lo contado es desde la visión de un narrador, desde su culpa. Sólo en algún momento si es que lo podemos tomar como cierto, escuchamos la voz de Teresa, que regala cierta satisfacción ante el suicidio, para afectar a El Pirata, pero se trata de algo místico, que puede o no haber ocurrido. Incluso el autor nos ofrece ciertos giros para transformar todo lo leído, una idea que no deja de acosar al protagonista y que es plausible, que el suicidio no lo fuera.

Una obra desgarradora que desearíamos no fuese tan familiar, pero la vida es esto.

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