Oscuro territorio mexicano retratado por Rogelio Guedea

Vivir, o transitar, en México es abrirse paso por la incertidumbre, es un camino que lleva por la oscuridad, un recorrido que obliga abrazar a la oscuridad para sobrevivir en el presente, sólo tenemos lo inmediato, esto es algo que nos deja entrever Rogelio Guedea en Conducir un tráiler (Fondo de Cultura Económica, 2019).

Y es que Guedea, que en 2009 obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada 2009, gracias a este libro, nos recuerda que habitar este país, es enfrentar el miedo de que las sombras te cubran en cualquier momento. Un camino errado nos puede llevar a ser víctimas de algún hecho terrible, estamos abandonados al acecho de la violencia, de la furia dormida del país. Todo este ambiente es el que logra recrear en la obra protagonizada por Abel Corona y su familia, personas de a pie que viven en Colima y son movidos por esas fuerzas ocultas, la fuerza que podríamos llamar la vida misma.

El entorno que habita Abel es ese de terrenos, donde ser dueño de un espacio brinda cierto poder, aquí los vecinos buscan peleas por cualquier transgresión, esto es con lo que inicia el libro, pero siempre hay algo que se oculta y poco a poco lo devela el autor.

Guedea utiliza a Abel para mostrar la manera en que en el país cualquier detalle puede hacer explotar alguna situación desalentadora, una mirada, una palabra pronunciada de manera inoportuna pueden ser elementos para que el mexicano saque a relucir su altanería, algo que se conoce como verguerez, por lo que todos buscan una superioridad para hacer su voluntad sin un poco de empatía.

El retrato que hace del norte es este que ya no es tan distinto del resto del país. Aquí se ve el poder e influencias, que viene con el dinero y cierta autoridad, pero no cualquier puede acceder a estos, ya que la familia Corona pese a pertenecer a las instituciones del «bien» no son capaces de ejercerlo.

La falta de esa fuerza abstracta e invisible deja a nuestro protagonista a la intemperie, a las sombras, que en algún lo tragan y lo escupen acompañado de muerte, de odios por defender lo suyo, de una vendetta sobre la familia. Esto es suficiente para que terminen en una historia de acción, una historia (debido a la cercanía) a la Tarantino, de tiroteos y sólo algunos pueden salir vivos.

Los momentos de acción permiten a Guedea acercarse a lo fílmico, a recordarnos que se trata de una ficción. El como esas decisiones de manera rápida se ven transformadas y la violencia que explota debe hallar una salida. Formas en las que la obra respira, estos cambios vertiginosos hacen que el lector no se confíe.

Propio del norte, Abel es un personaje migrante, que por circunstancias de la vida tiene que emprender su camino a la carretera, visitar otros lugares tan ajenos, pero comparten el mismo peligro de la violencia.

En el interior, nuestro protagonista se descubre a un ser con cierta sensibilidad, que tiene, de a poco, aprender a vivir con la muerte que le rodea, con el miedo que, a la mala, aprende a domar.

Aprender a convivir con el temor es necesario pues no sólo existe esa violencia física, también se teme a aquellos que deberían cuidarnos, a las instituciones que están empantanadas y buscan la manera en que ciertas verdades no salgan a la luz, para mantenernos en esa carretera a oscuras. Así parece que en algunos lugares de México, si es que pensamos que es diferente en ciertos espacios, se vive en un oscurantismo donde algunas familias fundan sus feudos.

Además, en diferentes momentos, Rogelio Guedea nos recuerda que está presente ese monstruo amorfo del narcotráfico, que ante cualquier paso errado se hará presente para arrastrar por completo a la nada a quien se cruce con él.

Todo esto siempre nos recuerda al título de la obra, que andamos con esa pesada carga tras nosotros en la oscuridad del camino, donde basta que alguien sospeche algo para convertirte en presa del odio, basta que alguien piense que eres diferente para ganarte la repulsa de vecinos, compañeros e incluso amigos.

Si por un lado tenemos las explosiones violentas, del otro están las cavilaciones del buen Abel, que muestran cómo la mente intenta reflexionar para saber cómo sobrevivir en este país de matanzas y sufrimiento. En el protagonista nos reflejamos en cómo se vive con la muerte, en cómo cuando más jóvenes la vida en un matadero es capaz de turbar al más fuerte, pero conforme uno se cicatriza el estar en una escena de algún crimen atroz se vuelve normal.

La imaginación y el miedo son elementos que mueven al personaje, que en distintas ocasiones lo obligan a emprender huidas que tal vez no eran necesarias. Esto lo motiva y mueve sus acciones, por eso el camino se vuelve un lugar de seguridad, un espacio para imaginar que hay mas allá después de las tinieblas, qué vidas podría forjar tras ciertas decisión, pero que nunca es capaz de observarlas.

Un retrato muy crudo, pero cercano gracias a las apreciaciones de Abel, que nos lleva a repensar en la realidad que vivimos, en este México tan oscuro que parece no tener fin, incapaz de ver más allá de uno mismo. Vamos sólo con la luz del tráiler en esa carretera, esa pequeña esperanza de que llegaremos a un buen lugar, aunque hasta no arribar será comprobado.

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