No Corro, No Grito, No Empujo

Por Elena Reyna

La película “Magnolia”, del director Paul Thomas Anderson, comienza contando tres relatos en donde la “coincidencia” es la principal protagonista, al terminar la introducción el narrador dice: “Esto no es tan solo mera coincidencia, esto no puede ser una de esas cosas que pasan, ruego que por favor esto no sea meramente eso. Y no sé decir exactamente lo que quiero decir, esto no fue una coincidencia, esta cosas extrañas ocurren todo el tiempo…”

El 19 de septiembre del 2017 me desperté a las ocho de la mañana. Ese día tenía dos conferencias de prensa en la Cineteca Nacional, una a las nueve y otra a las 11, sin embargo el día anterior había dormido mal y con la idea de que podía conseguir la información más adelante decidí dormir una hora más e ir mejor a la segunda. Por una u otra cosa mi alarma no sonó y desperté hasta las 10, resignándome a que tampoco asistiría a la segunda bajé a desayunar con la idea en la cabeza de dormir un rato más, con tal si ya había faltado era mejor aprovechar el tiempo para seguir descansando, antes de acostarme mi madre me recordó el simulacro de las 11 de la mañana, quel se da año con año en el aniversario del terremoto sucedido el mismo día 32 años antes en la Ciudad de México, con cierta molestia le dije que no iba a bajar; sin embargo ella insistió, a lo que un poco fastidiada contesté que sí.

A las 11 de la mañana escuché la alarma sísmica, la cual indicaba el inicio del simulacro, con lentitud me levante, me puse una bata y bajé alcanzando a mi mamá en el patio de la casa, como era de esperarse ningún vecino participó, inclusive una bandita de chavos maloras, que existen en todas la calles de México, se burlaron de nosotras.

Ya más despierta le dije a mi mamá que me iba a meter a bañar, llevaba dos días sin hacerlo, sin embargo al llegar a mi cuarto me distraje con el celular, pero sí me quite la parte de abajo de la pijama, quedando solo con una playera larga que me llegaba a medio muslo, cuando volví a ver la hora vi que ya eran la una de la tarde, que incluso para mí, alguien que había decidido que era un día de flojera, ya era tarde. Me levanté para empezar a arreglar mis cosas para bañarme, mi celular sonó por lo que lo volví a tomar recostándome de nuevo en la cama, diez minutos después me empecé a estirar, pensando que a la 1:15 ahora sí me metería a bañar. El celular volvió a vibrar, pero esta vez acompañado con una voz… “Sismo detectado proveniente de Puebla…” el tiempo que me tomó leer el mensaje y sentir el primer golpe del terremoto fue muy corto, la fuerza fue la suficiente para hacerme casi caer de la cama, tomando la bata de dormir y poniéndome chanclas huí de la habitación advirtiendo a mi madre que saliera de la casa, que no era un simulacro, que era de verdad, sin saber que ella estaba ya en el patio, por azares del destino ella decidió bajar a ver unas cosas en una pequeña bodega que tenemos en esa parte de la casa. La alarma sísmica se activó cuando iba bajando por las escaleras de mi casa, mi habitación se halla en el primer piso, para ser honesta ni siquiera recuerdo bien como bajé, al abrir una primera puerta observé que mi madre abría una segunda que da a la calle, finalmente nos reunimos, pero no duró mucho. Nuestra vecina de al lado también estaba afuera con sus dos hijos, un pequeño de cinco y una niña de siete, sin embargo no se movían, viendo eso mi mamá le insistió que se fueran a la canchas, lugar a donde nosotras nos dirigíamos, y ciertamente el sitio más seguro, pero ella le dijo que estaba esperando a su hermana, que estaba en una casa contigua, tratando de aclarar mi mente y entender un poco lo que sucedía de repente me encontré con dos vidas humanas en mis manos, una en cada una de ellas y la voz de mi madre que me insistía que me fuera a las canchas… que la dejará…¿Cómo se supone que una hija abandone a su madre? ¿Cómo es que termine cuidando a dos niños, los cuales posiblemente estuvieran más tranquilos que yo? ¿Cómo es que…?

EL 19 de septiembre para mí siempre había sido un día seguro, ya que 32 años antes la Ciudad de México se había visto azotada por un terremoto de 8.1 que destruyó muchas partes de esta gran urbe, para mi lógica, para mi raciocinio, no podía volver a suceder el mismo día, un terremoto no podía ocurrir un mismo día, sin embargo la ironía es cruel y la coincidencia demostró que todo es posible; algo que Thomas Anderson parece tener presente y viene a mi mente al pensar en los acontecimientos de ese día. Estas cosas extrañas suceden todo el tiempo.

El tema del terremoto del 85 siempre me ha llamado mucho la atención, tanto así que el primer intento de tesis que hice era con respecto a este tema y relacionándolo con el movimiento estudiantil del 68, una línea de tiempo muy larga; he leído libros, reportajes, visto películas, por lo menos las dos mexicanas que hablan de esto, programas especiales, trato de preguntar a toda persona que lo vivió su experiencia, el morbo que tengo tiene mucho que ver con el hecho de que crecí con la nueva idea que nació después del primer 19 de septiembre: No Corro, No Grito, No Empujo. Aprender de protección civil desde niña y con el rumor de que un terremoto más fuerte se aproximaba.

Si hablamos con tecnicismos, soy de las primeras camadas de la mal llamada generación Milleniall, que según los sociólogos me toca ser una persona egoísta, ajena a mi realidad y adicta a la tecnología, creo que algo que olvidan mencionar es que también soy humana y que como todos, el miedo se apodero de mi cuerpo.

Creo que está demás decir en este texto que sucedió después…cómo es la desesperación de no saber dónde están tus seres queridos y la dependencia tan fuerte que tenemos hacia la tecnología, que fue la primera en traicionarnos, del peso que se mete en tu pecho después de darte cuenta que tuviste suerte, así como tu círculo más cercano, y que hay mucha gente que no la tuvo, de no poder moverte y obligarte a dar pasos para ayudar. Creo que la mayoría pensamos “Yo hubiera hecho esto y aquello…” y creo que la fortuna aún nos sonríe si seguimos teniendo ese pensamiento y no tuvimos que poner a prueba realmente lo que hubiéramos o no realizado.

He leído por muchas partes que ante la naturaleza no podemos hacer nada, creo que en esta situación no sólo a ella nos enfrentamos, nuevamente, igual que hace 32 años, la corrupción y la impunidad fueron sus grandes aliadas, fueron las que terminaron sellando la suerte de más de 300 personas.

No estoy segura de cómo terminar este texto, porque aún hay partes que siguen en mi cabeza…un grupo de personas dirigiendo el tráfico y deteniéndote antes de cruzar un puente vehicular que tiene riesgo de colapso, oír a tu madre al lado decir “a toda velocidad debes pasar”, escuchar a un grupo de chavos en una farmacia comprando medicamentos para los damnificados. “Mira güey, juntamos más que para la peda…”, dicen. Voltear de reojo y ver por primera vez en mi vida un edificio derrumbado, controlar mis lágrimas que quieren salir porque tengo que seguir manejando para llevar la ayuda que se necesita…que por fortuna yo no necesito…y seguir pensando que tal vez realmente las coincidencias no existen y las cosas siempre pasan por algo.

Después del sismo hubo un silencio…uno…dos…tres…cuatro… y entonces la ciudad grito.

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